Recordando el aniversario No. 100 del natalicio de Frida Kahlo.



© María Elena Solórzano

I

En tus élitros encuentras resplandores,
tus alas se convierten en batracios,
desguaja el verde de las cianofíceas,
jade y hierbabuena,
la ondulación del agua en tus pinceles.

En los días en que la canícula
trastoca el zumo de las hembras,
diligente la apetencia surge.

Entre las mariposas desliza
la barcarola que te lleva
a la tierra de las danzas y los cantos.

II

En las sagradas aguas
transformas las gotas en colores,
encuentras los marcos del pasado,
extraños y añejos malestares.

La jadeita aletea en los humedales.

Frida no reza por las tarde,
prefiere la candela,
el son que toca en las esquinas
.

Revuelves el limo
para encontrar las huellas,
miras como repica
el quebranto de los días.

Frida no reza por la tarde
prefiere la candela,
el son que toca en las esquinas

III

Flotar en la frescura,
envolverte en la brisa como en lienzo,
desgranar los minutos en la orilla
mientras palpas la tierra milagrera.

Modelas con tu ojo el horizonte.
atrapas un ave en tu retina.

Migajas de luz entre tus trazos.

Te atrapan los fulgores
de las más bellas mariposas.
El orto desteje el entramado de la sombra
y devana rojos filamentos.

IV

En el vertedero de turquesas
descubres un regazo de agua tibia,
una memoria líquida en el fondo.

Emerge el rostro de la vida,
ineludible la herencia de los genes
que oscila entre el verdeolivo de las algas.

La savia de tus senos se alborota.
Un silbo rescata el origen del sollozo.
Escuchas voces que lastiman
Sangre, aspiras, olor inconfundible.

IV

Mariposa de luna
tienes las alas luminosas,
como si acumularas
toda la luz de las auroras,
casi una luciérnaga.

Mariposa de luna
cintilas entre las abigarradas hierbas,
palpas al aclimatado garambullo,
oronda exhibes tus antenas de agorera.

Juegas con los despojos de la albahaca,
en el umbral del sueño te detienes.

Enfebrecida unges tu cuerpo
en el núbil aguaje de tu patio.

Tu carne ya construye
un tabernáculo de seda.

Acompañas con danzas
el estridular de grillos.
De soles la túnica desatas,
las azaleas estallan en color.

V

En tu flama revive la locura.
cercas con flores la nostalgia.
Manchas de luz todos tus dedos.
Guardas murmullos de cigarra.

Para atravesar los hervores de su pecho
irás descalza con las plantas sembradas de alcatraces,
con las manos pletóricas de lluvia
y los ojos goteando girasoles.

VI

Nigromántica recorres la vereda,
distraes con tu vuelo
la mirada cuarteada de los hombres.

Dejas tu huella,
cae tu polvo que modela tardes de granada.

VII

Filtra cristales tu pupila
y plasmas los rubores en las telas.

Conviertes el recuerdo
en perezoso caimán.

Espía la muerte
tu vuelo de añil.

Develas: desgarrada crisálida
anclada a la rama del ciruelo.

VIII

Mariposa de tierra
rescatas el polvo de los polvos,
mitigas la sed de los cogollos,
decretas en tu alcoba: ¡Páramo florece!

Descifras los símbolos del tiempo cuajado de gusanos.

En el ultra luz desplazas tu silueta.
Invocas. Hechicera extraviada
en la espesura del silencio.

Hay conjuros que obedecen a los ríos,
a la techumbre con estrellas,
a los pinceles, a tus manos.

En los andurriales del camino
se apunta la presencia de su rostro.

Te ensordece el grito de la grulla
y ya no sabes donde se encuentra Oriente
para buscar atrás de la montaña
la gruta pletórica de sueños.

IX

Anhelas el veneno
que destila la flor de su sonrisa.

Deseas arropar su gorjeo de cenzontle.

Revivir aquel instante
cuando se derramaron sus ansias de ocelote.

Crepitar con las hojas del otoño,
Hoguera, tarde de guanábana.

Resbalar tus manos por su espalda
y caminar descalza por la vereda de arrayanes.

Degustar el tamarindo de su beso
y prender en sus pupilas
tu deseo de larva en agonía.

X

Mariposa murmurante,
entre la calina desdoblas el azul y sus matices.

Descifras el mensaje de las piedras amarillas,
rodantes y porosas.

Arrastras a todas partes el olor a níspero maduro
de tu piel y de tu seno.

XI

Frente a los muros llenos de salitre,
frente a las tumbas donde florecen heliotropos
imitas el grito de los monos.

Siseas entre los alacranes
para que transiten por tu cuerpo
y entreguen su ponzoña.

XII

Mariposa negra, bruja.
Encantamientos tejes con tinturas,
conviertes guijarros en diamantes.

A los mancebos enloqueces
con semillas maceradas bajo la luna negra.

Sueñas al niño que medra en las tinieblas,
persigues lobeznos,
vuelas entre la trementina del abeto.

Sientes la presencia de los hados,
cantas alrededor de las hogueras,
bailas con la muerte entre tus manos.

XIII

Mariposa sollozante.
Gaviota enceguecida eres.
Iridiscente iguana.
esquirla de amatista.

Abres un palomar
y tu lengua zurea entre el vilano.

En el calosfrío de la madrugada,
entrampada en un letargo,
ovillas tu voz de malogrado pájaro.

XIV

Mariposa viento incubas tempestades,
levantas las aguas del mar y rizas el azogue de los ríos.

Inquieta derramas los aljibes.

Arropas en tus brazos los susurros.
arremolinas la hojarasca de los sueños,
tuerces las guedejas tiernas del maíz.

En tu perpetuo viaje
desparramas el germen húmedo del grito.

Mueves las aspas de la abulia
para que gire la semilla.

Para que la barcaza haga travesía.

XV

Negra mariposa
enciendes el encono en la memoria,
penetras en el alma
y rasgas el tiempo cenagoso.

Sometida por las heridas más profundas
(hieden de tan viejas)
devoras lo que queda de ternura.

En ti germina un desasosiego
y flotan en tu mente los reproches
por no haber descubierto entre la hierba
el milagro de la aceituna y el venero.

Ahogas tu titilante vela,
detrás de la cortina aguardas
con tu talega de corroídos huesos.

XVI

Verde mariposa
en el umbral nitroso del recuerdo,
donde se enquistan
las negras esporas del dolor.

Aguja de basalto,
guitarra de agua,
trova lastimera,
cotidianamente
se inmola la cascada.

El turbión de los rencores
tu corazón oprime,
el pulso casi se detiene.

En el rehilete del tiempo
deslíe tu soberbia.

Estallarás sobre la hierba
tu ciego descontento
y quebrarás tus manos
para tenerlas quietas.

XVII

Intentas devastar lentamente tu tristeza,
ocultar bajo la almohada todos los temblores.

En el espejo se refleja tu figura
y te hundes en un mar de crispaciones.

Quieres vivir sus crisantemos,
sentir en tus yemas sus cabellos,
su corazón de centauro beber en un suspiro,
tener entre tus manos
su palpitar de venado en agonía.

Y mirar por la ventana
como las grullas ululan en la bruma
y los cenzontles gorjean en contubernio con el día.

No, no eres la dueña de todos los conjuros.

XVIII

Una hoja rueda sobre el prado.
Verde mariposa en romería,
rompes con los cánones del viento.

Resurgen los enigmas del olivo.

Si sonorizaras tu vuelo
las notas tendrían transparencia de pupila.
Viajes astrales a todos los confines.

XIX

No es necesario transportar tu casa
al sitio donde nace la galerna del Otoño.

Tu casa
tiene un camino vidrioso pero bello.

XX

Mujer de endrina cabellera
con un temblor de cierva
tus alas de obsidiana
cortan rebanadas de cielo.

Obscenas resurgen de la nada,
se excita tu retina de murciélago.

Pliegas tu falda de tehuana,
el pensamiento de los mortales turbas
y libas los derrames de la noche.

Con un temblor de cierva
tus alas de obsidiana.

Compañera de lluvia y tempestad.

El licor embriaga tus sentidos
tu desabrigo gira en carrusel.

XXI

La cicatriz de tu despecho
en el caparazón del tiempo.

Atrás de tus párpados hospedas
la visión de los aleros más vetustos.

Los presagios se cumplieron uno a uno,
pero todavía medra un escarabajo,
todavía tienes un laberinto agusanado,
una afilada esquirla de lucero
y los escombros que dejó su ausencia.
Noches de acedía y soledad.

XXII

Sobre las herida del costado roja mariposa
Como rojas son las huellas del ofidio
venido de las tierras amarillas
donde se hablan las lenguas del desierto.

Roja mariposa la pasión.
Rubores, la hembra todavía sueña
en los aquelarres de marzo y de septiembre.

Rojos los resplandores del tormento,
brotan amapolas sin follaje
en el camino del tulipán y del martirio.

XXIII

Revolotean rojas mariposas.
En las reyertas habituales
renace la esperanza de ascender por el azul,
salir a las esquinas
y encontrar las melodías olvidadas
o las semillas de amaranto
para sembrar en los balcones de aceituna.

XXIV

Recuperas el oficio de los magos.
Enardecida en el plúmbago del ocio,
mariposa gris
sepultas con frases incompletas
el espacio redondo del desastre,
el absurdo velamen de las horas.

Deslizas tus alas de ceniza
atrapas en la calidez del día
a los de lacerado corazón,
los arrebujas en los sonrojos de la orilla,
les brindas agua-nieve para mojar sus labios.

Junto a la grama
mantelina de gotas,
abre un venero.

XXV

Diosa del polen, imaginas,
oficias en las frondas, imaginas,
llevar en tus labios el germen de la vida.
Descubres como melar entre los heliotropos.

Oteas en la abertura ojival del horizonte.

El germen constante en los ovarios,
tremola tu vientre de sandunga.
Un temblor de sol curte las ramas.

XXVI

Nunca se ha escuchado el canto de las mariposas,
dicen -algunas gentes- que entonan salmos
como las sirenas de escamas argentadas.

Si escuchan tu melodiosa voz
los conduces hasta el fondo del río,
donde el limo envuelve a los batracios,
donde vive el alma húmeda de los tlaloques.


Los encantados son piedra de río.

XXVII

Gajos de mandarina
entre las flores del jazmín y el limonero.

En el aire hay lozanía de musgo.

Hay un lince acechando en tu mirada.

Entre las naranjas mariposas el incesto,
sus cuerpos conservan la pureza primigenia
de los tiempos del agua sin veneno.

Cuando hacen el amor
frente a la iglesia
derrama un olor a mandarina.

XXVIII

Azulada mariposa tu pupila,
un golpe de color abre tu boca
y eclipsa tu empeño de olvidarlo.

Violácea mariposa tu pupila,
escapa el “mirlo blanco” de su afecto.

Rebela el insomnio de granito
su nombre escrito en el amate de tus párpados.

La patina del tiempo suavizó tus angustias
en el pluvial camino de la vida esperas la rojura del ocaso.

XXIX

Su lengua de alevilla
trasminó su esencia turbadora,
alteró tus venas verdiazules,
te delata: un pálpito en la sien.

Su amor, aleteo de mariposa,
sobre tu alma ingrávido
como un silbo de brisa.
Lo añoras, te estremeces.

Cierras tus valvas como una almeja herida
para gozar el agridulce ahogo de la espera.

XXX

¿Quién cercenó las promesas de tus alas?
¿Quién mancilló tu vestido de amapola?
¿Quién jugó la daga en tu pequeña boca?
¿Quién enzarzó tu cuerpo durante el Equinoccio?

Allí quedaste con el aliento envenenado.
Allí quedaste con las pupilas inyectadas y vidriosas.

¿Cómo decirte que me duele tu martirio?
¿Cómo llorar contigo
si tengo el corazón vacío de nidos,
herida mariposa?

XXXI

Nadie mira tus últimos temblores,
el iridiscente polvo de tus alas ha caído
y tu boca liba el último néctar de amaranto.

Nadie impide que tu esbelto cuerpo
sea atravesado por varios alfileres.

Nadie sollozará
si mueres mariposa,
si se rompen tus alas de cobalto,
si bebes una copa de veneno escarlata,
si escapa de tu ser el vino de la tierra.

XXXII

En cualquier lugar
pueden lapidarte, llamarte ramera
o desprender tus élitros de Luna y de arco iris.

Nadie hará un juicio frente a la Plaza de Armas
porque masacren tu cuerpo de sílfide nocturna.

Nadie llorará
sobre tu cadáver, Diosa del Aire.

Nadie pedirá
que descanse tu polvo
en el negro vientre de la madre.

XXXIV

El mundo de las mariposas
puede destruirse en un instante.

Quizá se derrumbe
su palacio de flores y tristeza.

Quizá sea arrastrada
hasta los abismos del demonio
que habita en el desfiladero.

Quizá quiera llegar hasta la estrella
para quemarse y resurgir de las cenizas.

Quizá una noche,
por la sed,
baje a beber al río
y quede para siempre
convertida en resplandor.

XXXV

Vistes de seda
para planear sobre la plaza del pueblo.

Impresionas a los hombres
con tus ojeras de genciana.

Las miradas son dardos
que se clavan en tu pubis,
son manos invisibles
que desnudan tus senos de magnolia.


Sabías lo que eran tus alas.
Declaraste: ebriedad…locura.

Sabías lo que eran tus alas
y las arrancaste frente al mar
en una noche de música y ofrenda.

XXXVI

Inicias el vuelo entre los girasoles,
con el amarillo te deslumbras,
tu lengua degusta pócimas y néctares,
estallido de colores y de risas.

Refulges entre las setas de mucílago y llovizna.

Al acecho la tempestad
que destruirá tus galas.

Al acecho el torbellino
que te llevará hasta el señorío
de la sombra y el murciélago.

XXXVII

Solitaria mariposa
la huella del jaguar
te lleva hasta el pantano.

En la superficie cintilan las estrellas,
esos destellos te subyugan,
caminas hacia los resplandores.

Los humedales te engullen.

Cuchillos de obsidiana
te siegan los alientos.

En las entrañas de lo negro
¡qué larga la agonía!
¡qué soledad de metales en esas lobregueces!

Acerca de la autora

Acerca de la autora

Biobibliografía

María Elena Solórzano, nacida en Chihuahua, México, el 9 de abril de 1941, es autora de Ecos, Piscis, México (1980); Poema inconcluso SOCE, México (1985); Arco iris de papel, Autor, México (1996); Sirimiris, Pluma del ganso, (1997); Eterna amante, O.M, México (1997); En un rincón... Pluma del ganso, México (1998); Trueque al alba, DIF, México (1999); Miradas del ayer (1999); Viento de obsidiana (2000); Vestigios de luz (2002); Círculo de Poesía (colectivo), aBrace, Uruguay (2003); Gruta de espejos, Papuras, México (2004); Los cánticos del ángel, Urdimbre, México, (2005); Salmo de luz, Arde editoras, México (2006); Los secretos del enebro, Premio Nacional de Poesía Tinta Nueva, México (2007); Fridamariposa, Tinta Nueva, México (2007).